Mucha gente me pregunta que le encuentro a este deporte, pasión, estilo de vida, como quieran llamarle. Ir a pasar frío, hambre en algunos casos, estar expuesto a riesgos, a los elementos y otra pila de barbaridades (arañas y otras alimañas). Incluso un amigo me preguntó para una salida en invierno “¿por que te vas a morir allá?” y yo le respondí; “voy a vivir”.
La verdad, es que en el mismo momento en que voy caminando ni siquiera lo pienso, pero cuando la mochila comienza a pesar, queman los muslos, el viento helado azota la cara y salirme del saco de dormir a las 4:00 am para caminar es la única forma de lograr el objetivo, pienso “que hago aquí, ahora estaría calentito en mi casa”. Tal “modo negativo: ON” dura hasta el momento en que miras hacia delante y ves el sol que se asoma por el horizonte y se refleja en el hielo formado la noche anterior en la ladera. Entonces, es momento de tomar la cámara y zas!! acierto fotográfico y el buen video dedicado a la polola. Clavo los crampones y el piolet, me siento un rato a descansar y miro las luces de la ciudad de turno, con ese extraño titilar que tiene una ciudad vista la distancia y pienso “estamos a la cresta”. Un trago de agua, un chocolatito poco y a seguir dándole.
JUARRRR!!!! Despiertas de la somnolencia de la caminata, miras hacia abajo y te das cuenta de que por ir paveando rompiste tu polaina con una de las puntas de los crampones. Esperas al próximo descanso de la cordada y lo parchas con la cinta, nadie quiere que se cuele nieve hacia el zapato, y sentir ese hilo heladito corriendo por el tobillo. El sol ya está alto, la pendiente se vuelve cada vez mas abrupta y de un momento a otro solo quedan
El día es nuestro, el objetivo se cumplió y solo queda el desarmar el campamento (tarea siempre dificultosa y latera) y caminar de regreso a casa. Desandar la senda, esperando que la entrada aparezca en le horizonte, pero ese árbol chueco que acabas de pasar, lo viste a la ida, a 4 horas de la puerta…queda mucho trecho aún. Solo resta disfrutar la caminata, fotografiar lo que quedó en el tintero y echar la talla con aquel que viene cerca para olvidar el dolor de las ampollas generadas por el calcetín arrugado, o el sudor de “la pata”. Llegamos al auto, luego de pasar a por un buen “completo” llego a casa, dejo la mochila en el patio, me saco los zapatos y todas las hediondeces y al agua. La ducha nunca se ha sentido tan agradable. Me pongo el pijama, me siento al computador y “voilá” de vuelta a la carretera de la información, con el clásico “volviendo del cerro, que buen fin de semana” en el estado del Facebook.
“Ahhhh, no salgo más éste mes”, al lunes subsiguiente: “Lucho, ¿vamos al Tres Cuernos el fin de semana?”.
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